Érase una vez tres hermanos (Juan, María y Javier) que decidieron que querían emprender. Pero cada uno de ellos tuvo una idea diferente, y no se ponían de acuerdo en cuál de ellas era la mejor. Así que finalmente crearon su empresa por separado. Los tres pensaron que con su idea triunfarían en el mundo de los negocios.

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Las tres parecían interesantes, y daban solución a problemas reales de la sociedad. A priori, y según las teorías empresariales, su punto de partida era el correcto y les permitiría ganar dinero con su negocio y vivir tal y como ellos siempre habían querido.

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Sabían que existía un terrible peligro que acechaba a todas las empresas y que podría hacer que desaparecieran en un abrir y cerrar de ojos. Se llamaba “Mercado”, y estaba compuesto por varios ejércitos de miles de negocios más que tratarían de que el suyo no triunfara. El nombre de esos ejércitos era “Competencia” (permitidme la licencia, aquí me he tomado algunas libertades para modificar el cuento a mi antojo 😉).

Sabían que existía un terrible peligro que acechaba a todas las empresas y que podría hacer que desaparecieran en un abrir y cerrar de ojos. Se llamaba “Mercado”, y estaba compuesto por varios ejércitos de miles de negocios más que tratarían de que el suyo no triunfara. El nombre de esos ejércitos era “Competencia” (permitidme la licencia, aquí me he tomado algunas libertades para modificar el cuento a mi antojo 😉).

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Así que, para evitar que sus negocios desaparecieran devorados por la “Competencia”, cada uno de ellos comenzó a pensar en soluciones. El primero, Juan, pensó: “Voy a fabricar un producto tan bueno y de tanta calidad que nadie podrá rechazarlo. Utilizaré los mejores materiales y las mejores técnicas, y el resultado será espectacular. Mi producto será el mejor”.

La segunda, María, pensó también en fabricar un gran producto, pero ella fue más allá. “Si, además de fabricar un gran producto, invierto mucho dinero en darle visibilidad, seguro que se venderá como churros. Haré mucha publicidad para que todo el mundo conozca mi empresa, y comenzaré a ganar dinero rápidamente”.

El tercero, Javier, tenía claro que su producto tenía que ser bueno y que tenía que darle visibilidad. Si nadie lo conocía, no lo comprarían. Pero él era una persona detallista y cuidadosa, y pensó que, antes de empezar a invertir en visibilidad, tenía que tener un plan y un objetivo que convirtieran la inversión en rentable. Tenía que tener una buena Marca. Así que comenzó a crearla, sabiendo que el proceso sería algo más largo y que tal vez tendría que invertir algo más de dinero. Pero estaba convencido que los beneficios que le generaría a medio y largo plazo serían infinitamente mayores.

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Y los tres hermanos crearon sus negocios. Por supuesto, el malvado “Mercado” comenzó a hacer de las suyas y con su ejército “Competencia” empezó a atacar al negocio de Juan. Resultó que había un montón de empresas que se dedicaban a lo mismo que la suya y que también tenían un gran producto. ¿Cómo podía ser? Así que comenzó a bajar el precio de su producto para poder competir con ese malvado ejército. Pero hubo un momento en el que los precios eran tan bajos que su negocio ya no era rentable. Y el pobre Juan tuvo que cerrar e irse a la empresa de su hermana María con la esperanza de que ésta sí triunfara.

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La empresa de María había sido más previsora y había pensado en la visibilidad. A pesar de que también se había dado cuenta de que otros productos del “Mercado” eran tan buenos como el suyo, ella invertía mucho dinero en que éste fuera más visible. Pero incluso con esa estrategia, su producto no se vendía mucho más que el resto. Lo que invertía daba buenos resultados, pero ni mucho menos los que ella había calculado. La inversión no estaba siendo rentable, y precisamente eso fue lo que hizo que también su empresa tuviera que cerrar. El terrible “Mercado” había sido también implacable con ella. Así que se fue, junto con su hermano Juan, a la empresa de Javier.

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Y, por supuesto, el “Mercado” y su hambriento ejército “Competencia” trataron de derrumbar el negocio de Javier. Lo hicieron con toda su furia y potencia. Y, durante algunos momentos estuvieron a punto de conseguirlo.

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¿Hay esperanza contra el mercado?

¿Hay esperanza contra el mercado?

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A diferencia de Juan y María, Javier había pensado en medio y largo plazo. Y sabía que si conseguía resistir los duros envites iniciales, finalmente se haría fuerte e inexpugnable. Tenía un gran producto, y había invertido algo de dinero en visibilidad. Pero no tanto como María. Parte de ese dinero lo había destinado a eso que llaman Marca, algo que la mayoría de negocios obvian o prácticamente desconocen. No se trataba de un logotipo, eso lo hacían todos. Se trataba de controlar lo que iba a transmitir a la gente, para que esa visibilidad (por la que pagaba) fuera realmente eficiente y rentable.

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    Javier había analizado cómo eran las personas a las que podía ayudar con su producto y su negocio, y cómo podía conectar con esas personas de una manera empática y verdadera. Él sabía que, si conseguía significar algo para ellas, si se convertía en mucho más que un producto, esas personas querrían formar parte de su mundo. Y no solo una vez, sino muchas más. Javier quería crear una comunidad que se beneficiara de lo que su negocio podía aportar. Clientes, proveedores, equipo… personas que se sintieran felices de ser parte de su Marca. Y lo que pasó es que la inversión en visibilidad comenzó a ser rentable, porque iba dirigida a las personas adecuadas, y a éstas les gustaba lo que les transmitía. Cómo les hablaba, las imágenes que veían, el mensaje que comunicaba… Además, cuando compraban la experiencia era tan buena que siempre querían repetir, y le hablaban muy bien de esa Marca a sus amigos.

    Así que el malvado «Mercado» no pudo con la empresa de Javier. Y Juan y María también estaban felices de trabajar allí, igual que el resto del equipo. Porque existía una filosofía, una cultura de Marca que los unía a todos.
    Y así fue como la empresa de Javier consiguió que los tres hermanos triunfaran. Y fueron felices y comieron perdices.

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    MORALEJA:

    El material con el que construyes tu empresa es tu Marca. Puedes elegir que sea paja o madera, pero si elijes el ladrillo habrá más posibilidades de que el Mercado no la derrumbe. La paja y la madera son Marcas mediocres, pero el ladrillo es una buena Marca. Tardarás más e invertirás algo más de dinero, pero te aseguro que merece la pena. Que se lo digan a los tres cerditos…

    final feliz para marcas